La mula: A paso de burro
He aquí al antiheroico cabo Juan Castro, acemilero del ejercito de Franco, "ingeniero de burros", encargado de transportar munición y pertrechos militares a lomos de mula por el frente de batalla de Extremadura-Andalucia. El protagonista de la novela de Eslava Galán es un campesino de derechas, enrolado a la fuerza en el ejército republicano, que deserta y se pasa al otro bando.
La mayor parte de la narración cuenta sus humorísticas aventuras (más bien desventuras) de trinchera en compañía de su inseparable mula encontrada en medio de tierra de nadie y por la que demuestra ser más terco que el propio animal. Su conversión, por una casualidad, en héroe de guerra oficial -es decir, que sale en los periódicos-, culmina con una medalla concedida por el propio Generalísimo patascortas en su capital de Burgos.
Historia sencilla y sin pretensiones que tiene poco que ver con los meandros narrativos y la metaliteratura por la que deriva Soldados de Salamina, ya que no es esa su intención. Aunque es cierto que ambas obras comparten esa idea de fondo de que la tropa de a pie siempre es la que tiene que pringar en todas las ocasiones y en todos los frentes. La novela posee más bien algo de ese costumbrismo típico español, en el que importa la descripción del rancho de sardinas y el cómo se consigue un día de permiso para visitar a la novia en retaguardia, que las causas intelectuales y morales del conflicto bélico.
El Traficante recuerda del mismo escritor En busca del unicornio, un texto trufado en su narración en primera persona de un rico castellano medieval que daba una veracidad al relato que ya quisieran para sí muchas novelas históricas de ahora. Y es que el dominio del habla y de los tipos de discurso en sus obras es la mejor marca de casa del autor.
En La mula la vista puede chapotear en medio del lenguaje cuartelero, lleno de infinitivos, palabras malsonantes e interjecciones, o del habla del moro de las tropas regulares metido a improvisado mercader. Los dientes rechinan con la lectura de los partes de guerra dotados de su habitual prosa castrense y burocrática que se extiende mucho para no decir nada, lo mismo que el barroquismo oficial del periodismo de propaganda de guerra. Pero lo mejor, lo que sorprende aunque desde luego era lo habitual de la época, son esas cartas escritas al novio en el frente con la típica redacción de colegio de monjas, errores de sintaxis incluidos, y un ¡Arriba España! y ¡José Antonio, presente! tras la formula de afecto y la firma. Todo eso contrasta con la sencillez y claridad de los diálogos que el cabo Juan entabla con su mula mientras, como en el cuento de la lechera, proyecta el futuro con la guerra ya acabada y un pedazo de tierra donde poner a arar a la bestia.
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Paul Franssen -