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El traficante de libros

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John Keats

John Keats


Bajo el grabado de un arpa griega se encuentra enterrado el poeta John Keats, en un tumba ubicada en el cementerio protestante de Roma, un pedazo de orden ajardinado anglosajón rodeado de ruinas eternas; la pirámide de Cayo Cestio se encuentra bastante cerca de allí. Se trata de un lugar para yacer muy acorde con el espíritu de la época que el mismo autor ayudo a consolidar: lo temprano de su fallecimiento (a los 25 años) y el mótivo (tuberculosis) son otros dos tópicos que ayudan a construir su figura como la del poeta prototípico del Romanticismo inglés al lado de nombres como Shelley y Byron.

"Esta Tumba contiene los restos mortales de un JOVEN POETA INGLÉS, quien en su lecho de muerte, con el corazón lleno de Amargura, a la Pérfidia de sus enemigos dedicó estas palabras para ser grabadas en la lápida."

Here lies One Whose Name is writ in Water
("Aqui yace alguien cuyo nombre está escrito en el agua")


Sólo la frase final es obra del propio Keats. Dos amigos que cuidaron del poeta enfermo hasta el final consideraron que debía ser precedida por un aviso de lo mal que había sio tratado en vida por la crítica y los familiares (más tarde se arrepintieron de añadir sus propias palabras).


Resulta paradójico que la fama del "señor John Keats de metro y medio", como una vez se autodefinió de manera burlona, se perpetúe con una lápida en la que no dejó nombre, fecha ni lugar alguno. Un gesto que no de otra manera puede ser definido sino como perfectamente romántico. El lugar de este autor y el de su obra en la literatura universal es ya indiscutible, así como su influencia: Juan Carlos Mestre le dedica un largo poema con el título de La tumba de Keats. Pero sin duda, a un sector importante de los lectores (como es el caso de El Traficante) le viene a la cabeza el homenaje indisimulado que aparece a lo largo de Hyperion y La Caida de Hyperion, de Dan Simmons, novela en dos partes a veces demasiado sobrevalorada que funciona a golpe de acumulación y refinado de la mayoría de los tópicos de la literatura de ciencia ficción.

"El Chico de la Moto es el Rey"

"El Chico de la Moto es el Rey"


La ley de la calle fue llevada al cine en 1983 por Francis Ford Coppola, un director casi tan obsesionado con la épica urbana de puños, cadenas y ley al margen de la ley como su colega Scorsesse. En su personal estilo rodó la película en blanco negro, mostrando el mundo tal como se vería a través de la vista defectuosa del Chico de la Moto, interpretado aquí por Mickey Rourke en la época en que todavía se le podía llamar actor. Tan solo en un par de escenas, un pez luchador (el Rumble fish que da título original a la película y el libro) que pelea contra su propio reflejo en el acuario de una tienda de animales destaca en un intenso color rojo. Un truco del idioma cinematográfico que más tarde utilizaría su colega de generación Steven Spielberg en la sentimental, y a veces directamente lacrimógena, La lista de Schlinder con las escenas de la niña del abrigo rojo caminando a través del gueto de Varsovia.


En la foto: Rusty James (Matt Dillon) al frente de su banda, un poco crecidos para la edad que se les supone en el libro. Además del propio Dillon, en esta película salieron a la luz nombres ahora famosos como Chris Penn, Nicholas Cage o Laurence Fishburne.

Peligros de la literatura III

Peligros de la literatura III Fernando Báez: Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak

El caso de los libros-bomba


Una de las preocupaciones que se añade a esta crónica de la destrucción de libros es el uso particular dado por algunos terroristas y carteles de la mafia a los libros. Desde hace ya muchos años, se han elaborado libros-bomba, volúmenes en cuyo interior se colocan explosivos de alta potencia para matar a su destinatario cuando éste lo abre. El libro, utilizado como un medio de intimidación o asesinato, se convierte así en un instrumento de terror bastante efectivo, y cualquiera puede ser víctima de este tipo de ataque.


Hay cientos de manuales clandestinos sobre cómo hacer un libro bomba. En Internet hay textos con instrucciones detalladas sobre el uso de componentes y las construcciones menos arriesgadas. Hay incluso preferencias por ciertos autores y abundan las listas de títulos, categorías de palabras, tamaños... Ciertos grupos, por ejemplo, consideran inadecuada
la Biblia y en cambio muy útil Don Quijote.


Terroristas como el Unabomber hicieron uso de este mecanismo perverso en 1980. La Casa Blanca recibe año tras año cientos de libros con bombas, que desactivan los organismo de seguridad. En Colombia, es bastante frecuente el envío de libros-bomba a políticos, fiscales, periodistas o militares. En el 2002, por ejemplo, el fiscal general de este país recibió una biografía de Simón Bolívar, en cuyo interior había 210 gramos de nitrato de amonio, los cuales hubieran podido matarlo sino fuera porque una brigada especial actuó con gran celeridad. En diciembre de 2002, el senador Germán Vargas Lleras quedó gravemente herido después de la explosión de un libro bomba. Y hechos como éste se repiten semanalmente en este país.


Cientos de empleados postales, portales, secretarias, y hombres y mujeres de los más variados oficios, han muerto por esta causa. El 12 de diciembre de 2002 fue enviado un libro-bomba a la sede de la oficina de la redacción del diario
El País, en Barcelona. Los responsables de este atentado frustrado fueron miembros de un grupo llamado Cinco C, opuestos al capitalismo, a las cárceles y a los carceleros.


El 27 de diciembre de 2003 de diciembre de 2003 estuvo a punto de morir Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, cuando abrió un libro bomba en el que se había colocado pólvora. El ejemplar que recibió fue
Il piacere de Gabriel D´annunzio.

Peligros de la literatura II

Peligros de la literatura II Philip Kerr Una investigación filosófica


Los libros visten una habitación, escribió Anthony Powell. Jake se dijo que en estos tiempos posteriores al milenio, los libros también vestían la cultivada vida de muchos asesinos en serie.


Jerry Sheriff, el hombre que asesinó al presidente de la Comunidad Europea, Pierre Delafons, le leyó "La Tierra Baldia" de Eliot de cabo a rabo antes de volarle la cabeza. Greg Harrison, típico ejemplo de asesino ocasional, estaba escuchando un disco de poemas de John Betjeman cuando, de pronto, fue poseído por un acceso de locura asesina y, armado con un montón de granadas, sembró el terror en las calles de Slough, y mato a cuarenta y una personas. El asesino en serie norteamericano Lyndon Topham dijo que había matado a un total de veintisiete personas en diferentes partes de Texas porque eran los Caballeros Negros de "El Señor de los Anillos" de Tolkien. Y Jake ya había perdido la cuenta de los asesinos en serie que pretendían estar influidos por Nietzsche.

Peligros de la literatura


Carlos María Domínguez: La casa de papel


Los libros cambian el destino de las personas. Unos leyeron El tigre de Malasia y se convirtieron en profesores de literatura en remotas universidades. Siddhartha llevó al hinduismo a decenas de miles de jóvenes, Hemingway los convirtió en deportistas, Dumas trastornó la vida de miles de mujeres y no pocas fueron salvadas del suicidio por manuales de cocina. Bluma fue su víctima.


Pero no la única. El viejo profesor de lenguas antiguas, Leonard Wood, quedó hemipléjico al recibir cinco tomos de la Enciclopedia Británica en la cabeza, desprendidos de un estante de su biblioteca; mi amigo Richard se quebró un pierna al intentar llegar hasta ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, mal ubicado en un estanque que lo llevó a caer de la escalera. Otro amigo de Buenos Aires enfermó de tuberculosis en los sotanos de un archivo público y conocí a un perro chileno que murió indigestado con Los hermanos Karamazov, después de devorar sus paginas en una tarde de furia.

Libro de la Edad Oscura: Arturo y su pandilla

<em><strong>Libro de la Edad Oscura</em>:</strong> Arturo y su pandilla Federico Villalobos: Libro de la Edad Oscura


¿Por donde empezar a conocer, si alguna vez se empieza, el ciclo literario del rey Arturo y sus caballeros, una historia que como la del Quijote todo el mundo conoce más o menos de oídas sin necesidad de haberla leído? Para quien no tuviera dedicación para los romances franceses, los poemas de Tennyson, las revisió novelada del mito por parte de John Steinbeck, o las especulaciones sobre arqueología militar de Bernard Cornwell este libro sería un buen comienzo; sobre todo si se inicia a una edad temprana, ya que por algo pertenece a una colección juvenil. Por otro lado, no hay muchos autores en lengua castellana que se hayan acercado al tema artúrico. Aunque universal como el propio don Quijote, estos otros caballeros no dejan de pertenecer al mundo anglosajón y apenas se pueden contar con ejemplos como La Rosa de Plata de Soledad Puertolas o algunos poemas e introducciones de Luis Alberto de Cuenca.


Se trata de un relato de chicos (y chica) para chicos (y chicas) dividido en dos partes: la juventud (El Traficante miente, quise decir adolescencia) de Merlín, contada por él mismo, y la posterior adolescencia de Arturo bajo la protección de aquél. Con los protagonistas en esta edad no es difícil enganchar a un determinado público. Tenemos aventura, algo de historia de la Britania post-romana del siglo V, didactismo, valores de esos que se dicen universales como el compañerismo de la pandilla de Arturo y también un poco de tomar y mezclar las fuentes medievales clásicas: la Historia de los Reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth sobre todo.


El lector artúrico reconoce de nuevo los tipos habituales: el cruel usurpador Vortigern, el heróico caballero Gawain, el fiel caballero Kay, la perversa bruja (druida) Morgana y la bella princesa Ginebra (aunque en este último caso hay reservada una sorpresa). Ninguna referencia sin embargo a Lancelot, una incorporación tardía al mito, al igual que la Mesa Redonda. Ésta por cierto es sustituida por la costumbre de la pandilla de muchachos de Arturo de sentarse en circulo en torno al fuego.


La escritura de este Libro de la Edad Oscura sale de la pluma del propio Merlín. Con éste pretende suplir la falta de información sobre los hechos de aquella época. Aunque suene muy lírico o fantástico o lúgubre o lo que sea, una "edad oscura" representa en la Historia simplemente un periodo de tiempo en el que no quedan constancia de datos escritos entre dos épocas documentadas. El mismo nombre de "edad oscura" recibe el tiempo que existió entre la caída de la Grecia Micénica y la aparición de las primeras polis. Si lo llamasen Edad Muda sonaría bastante ridículo.


Por lo demás, en medio de esta oleada de fantasía o de fantástico que cae sobre la literatura infantil-juvenil a la cola de Harry Potter, el relato de Federico Villalobos es una obra que va a contracorriente del género (representado en el mismo estilo y colección por los libros de Laura Gallego). Apunta hacia un tipo de racionalismo y de explicación de lo maravilloso en episodios tan celebres como los dos dragones y el castillo de Vortigern durante la infancia de Merlín, el truco del cambio de identidad que permite al padre de Arturo colarse en la fortaleza de Tintagel haciéndose pasar por el marido de Ygrain, o la entrega de Excalibur. Sin embargo, tanto sentido común para una historia que es la madre de todas las narraciones de fantasía épica europea (anteriormente conocida como "libros de caballería") tiende a ser exagerad, aunque no hay que negar que le da un sabor propio.

El blues de la muralla romana

El blues de la muralla romana


Wystan Hugh Auden: Otro tiempo / Another time


-Roman Wall Blues-


Over the heather the wet wind blows,
I´ve lice in my tunic and a cold in my nose.


The rain comes pattering out the sky,
I´m a Wall soldier, I don´t know why.


The mist creeps over the hard grey stone,
My girl´s in Tungria; I sleep alone.


Aulus goes hanging around her place,
I don´t like his manners, I don´t like his face.


Piso´s a Christian, he worships a fish;
There´d be no kissing if he had his wish.


She gave me a ring but I diced it away;
I want my girl and I want my pay.


When I´m a veteran with only one eye
I shall do nothing but look at the sky.



-El blues de la muralla romana-
(versión libre por cortesía de el Traficante)


Sopla el viento húmedo por encima del brezal
Tengo piojos en mi túnica y sufro congestión nasal.



La lluvia repiquetea contra el Muro al compás
Por qué hago guardia aquí, es algo que no sabré jamás



La niebla se enrosca sobre la piedra firme
Mi chica está lejos, duermo solo y triste.



Aulus anda tras ella, la ronda y se declara
No me gusta nada él, no me gusta su cara.



Piso adora a un pez porque es cristiano
Si fuera por él, besarse sería pecado.



Ella me dio un anillo lo perdí en una jugada
Quiero tener a mi chica, y quiero cobrar mi soldada.



Cuando yo sea veterano y esté licenciado y tuerto
No haré nada más que mirar el cielo desde mi huerto.


War Story :"La Historia es un campo donde todos pueden segar"

<strong><em>War Story</strong></em> :&quot;La Historia es un campo donde todos pueden segar&quot; Garth Ennis (guión), Carlos Ezquerra (dibujo): War story: Condors


Así de primeras, Condors podría parecerse al típico chiste del repertorio hispano: "esto eran un alemán, un inglés, un irlandés y un español que se metieron en el cráter de un obús y entonces va el alemán y dice..." Sin embargo este es una relato de cuatro soldados distintos entre sí en tierra de nadie que pertenece a la serie de cómics War Story, de Garth Ennis. Todos los argumentos de la misma giran alrededor de episodios personales, "batallitas" contadas por los personajes, que suceden en el transcurso de la II Guerra Mundial. Aquí nos encontramos con un escenario menos habitual: la batalla del Ebro, en el tercer año de la Guerra Civil española, la batalla de los cien días. El interés del autor por este periodo de tiempo ya sirve por sí solo para enseñarnos que lo que se cocía en España era la antesala de algo mucho más gordo. A riesgo de resultar un poco tópico el Traficante opina que, como siempre, tienen que venir de fuera a contarnos nuestra propia historia. Y en el caso del mundo del comic, este es casi el único ejemplo serio de relatar este periodo, si dejamos aparte las extensas (ya van por el tercer tomo) aventuras de Max Fridman en ¡No pasarán! de Vittorio Giardino.


Ennis ya tenía alguna maña en narrar estas "batallitas" como bien sabe el lector de Predicador, la serie estrella del autor que le dio su justa fama, donde un sacerdote partía a la búsqueda de Dios, literalmente, para ajustarle las cuentas a ese viejo mamarracho y cobarde que huyo del Cielo para esconderse en la Tierra. Entremedias del arco argumental principal surgían anécdotas de barra de bar, como aquel relato del padre del protagonista en las selvas de Vietnam y su encuentro con John Wayne; o aquella historia de Cassidy sobre cómo se convirtió en vampiro, precedido por sus recuerdos de la lucha bajo las ordenes de De Valera, Liam Niss..., Michael Collins y otros padres de la patria nacional-católica irlandesa durante la rebelión de Pascua de 1916 en Dublín.


En Condors hay cuatro war stories dentro de una, con lo que resulta un trabajo redondo (el mejor de la producción hasta ahora). Todos tienen sus razones, todos tienen una historia que contar sobre por qué están allí. Un repaso a los tipos perfilados: el inocentón, léase "pánfilo", piloto alemán, el socialista inglés y su estúpido idealismo, el fascista irlandés sin escrúpulos (¿carece de escrúpulos porque es un fascista, o es realmente un fascista porque no tiene ninguno?); y, por ultimo, un republicano español con boina y mono de miliciano incluidos, del cual nada se nos dice de su afiliación política, aunque sí de las terribles y viscerales razones que lo llevan a combatir. Los dos últimos personajes son los que tienen las mejores líneas de diálogo (se aprende un poco sobre los "otros" brigadistas, los que combatieron por Franco sin ser soldados) siendo el español el que clava la puntilla con su declaración final sobre esa batalla en la que están inmersos, esa guerra en particular, las guerras en general y la humanidad en su conjunto. En su rencor hay algo que recuerda la dedicatoria que Camilo José Cela escribió para su propia versión de la guerra civil San Camilo 1936:



A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo, de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia.


Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro.




Los matices de los personajes son grises, el tono general de la historia es negro hasta lo oscuro, incluidos los chistes. Quizá hay algo exagerado en las citas cultas sobre Marx y Darwin y, puestos a ser meticulosos, parece un milagro que todos los protagonistas puedan entenderse tan bien en inglés. Pero el trabajo de documentación textual y visual (el bombardeo de Guernika, descrito en sus sucesivas fases con la rigurosidad de un parte de guerra: todo el horror queda encomendado a la parte gráfica del virtuoso dibujante Ezquerra) hace de Condors un auténtica narración histórica.

Snow Crash:El héroe del día

<strong><em>Snow Crash</strong></em>:El héroe del día Neal Stephenson: Snow Crash


El Traficante quiere dejarlo claro desde el principio: Neo, el paleto místico de Matrix, es una pobre copia de Hiro Protagonist. Sí, la trilogía peliculera bebe de todo el movimiento y la estética ciberpunk (sea eso lo que diablos sea o fuera en su momento) y sus fuentes son variadas. Pero el primero, el indiscutible rebelde de la Red, el tipo que va salvarle el culo a todos los que están conectados mientras reparte tajos con su espada katana, ya sea en el Metaverso o en el mundo real, es el bueno de Hiroki. Viste de negro, hackea en sus ratos libres y tiene un oficio peligroso: repartir pizzas a toda hostia en menos de treinta minutos por encargo de la Mafia. Bienvenidos (otra vez más) al futuro. Siguiendo las pautas dadas por san William Gibson tenemos aquí, como en toda novela del subgénero: un gobierno federal, central y/o estatal que se ha evaporado (en este caso los Estados Unidos subastados pedazo a pedazo a las grandes franquicias), drogas (la más peligrosa de ellas, la religión), tecnología punta aplicada al campo del armamento (fabulosa esa ultima ratio regum, aunque no tan peligrosa como un arpón hecho de bambú y un par de cuchillos de vidrio), y, ah sí, ritmo, tendencias melódicas, marcha, o sea música.


En la muchas veces aburrida estética de la literatura de ciencia ficción, los del ciberpunk supieron darle notas de color con invenciones de sonido atronante. Gibson se saco de la manga a los raperos de Coran Cromado y el heavy pentecostal (memorable tema aquel de "Jesús y yo te vamos a partir tu maldito culo pagano") y Bruce Sterling hacía referencia al rock del Telón de Acero de Brygada Kryzys. En el caso de la novela de Neal Stephenson es un cachondeo leer las letras del rapero japonés Sushi K., o imaginarse como sonaría el metal ucraniano de Vitaly Chernobyl y los Desastres Nucleares (al Traficante se le olvido mencionarlo, Hiro también es promotor musical).


Tampoco falta ese conjunto de ordenadores interconectados a través de una red de cable que conforman un universo paralelo. Su descripción de una Internet en tres dimensiones en la que la gente se divierte, comunica, comercia y mata entre sí, no es realista porque fuera anticipatoria en un tiempo (1992, cuando se escribió la novela) en que la Red todavía estaba en pañales. Es realista porque se fija en detalles ciertos de sentido comun:



En el mundo real (planeta Tierra, Realidad) hay entre seis y diez mil millones de habitantes. En cualquier momento que se tome, la mayoría de ellos está fabricando ladrillos de barro o desmontando y limpiando sus AK-47. Quizá mil millones de personas tengan dinero para poseer un ordenador; esa gente tiene más dinero que todos los demás juntos.




Y esos últimos, los cuales no todos usan el ordenador, más los que se conectan desde sitios públicos superpueblan y atascan el Metaverso (más o menos como ahora Internet) palabro fresco y original porque todo el mundo desde Neuromante ha usado, y abusado de "Ciberespacio".


Con todo y sólo por seguir fastidiando a Matrix, leer Snow Crash es mejor que ver tres películas enteras con la cámara rodando en tiempo bala y el jodido Marilyn Manson atronando en los altavoces: duelos de samurai virtuales, tiroteos entre lanchas en medio de una ciudad de chabolas flotantes habitada por refugiados, y ese grandísimo cabronazo de Cuervo rajando por la mitad a todos los agentes de seguridad que se le cruzan por el camino, todo muy visual, muy gráfico, espectacular. De cine, vamos. Pero no se vayan todavía, que hay más: capítulos enteros de especulación y "cháchara" filosófica por cortesía del programa Bibliotecario, desde la mitología sumeria y su escritura primigenia a la gramática generativa de Chomsky o las teorías sobre el origen y la diversidad de los lenguajes humanos de George Steiner (Después de Babel), el paraíso de un lingüista de acción. ¿El Oraculo? ¿Pastilla roja? ¿Pastilla azul? ¡Los cojones!


Y ya se puede ir olvidando uno de esas tramas pseudocultas de mensajes escondidos en los cuadros de algún pintor renacentista italiano sospechosamente homosexual cuyos secretos desvelados amenazarían hasta al Opus Dei, todo ello salpicado con explicaciones escritas como si el lector sufriese alguna clase de severo retraso mental por el que fuese obligado a recibir todo de manera simple y redundante. Con mucha erudición, y con mucha sorna también, Neal Stephenson es capaz de afirmar (seamos serios, lo afirman sus personajes) que el monoteísmo es un virus cultural (o una vacuna, pero una vacuna no deja de ser un virus) que se propaga a través de la escritura y la difusión del conocimiento. ¿Una crítica atea? quizá quizá; aquí hay una perla de otro personaje que merece reseñarse:



El noventa y nueve por ciento de lo que se hace en la mayoría de las iglesias cristianas no tiene nada que ver con la religión. La gente inteligente acaba por darse cuenta tarde o temprano, y de ahí deducen que el cien por cien son gilipolleces; por eso la gente asocia el ser inteligente con ser ateo.




El Traficante lo sabe desde que leyó En el principio fue la línea de comandos, esa Historia Universal Cachonda de Internet y la informática redactada por el mismo Stephenson: un hacker no es más que un escritor que escribe en un lenguaje propio, el código de programa; luego un hacker tiene su propio estilo retórico, su gramática y su vocabulario. Pero no hay dos códigos iguales, como no hay dos estilos iguales ni dos libros iguales. Y nada hay más sorprendente en Snow Crash que aplicar un léxico de tres mil años de antigüedad a los conceptos informáticos de hoy en día. Esto, además de romper con el tópico vocabulario plagado de neologismos del subgénero, sirve para identificar el peligro milenario que acecha en la novela, la amenaza del virus cultural/lingüítico de Babel que provocará el nuevo Infocalipsis de la era tecnológica: el Snow Crash. Guay, que diría A.T., la joven mensaka y asociada de Hiro.


El final es un tanto improvisado, sin ser brusco. Pero tras recorrer los anchos territorios de Criptonomicón, la penultima novela de Stephenson (y a la espera de comenzar la expedición hacia Azogue, su precuela) no es difícil dudarlo: el final es lo de menos para el autor. El principio sirve para calentar motores, es el contenido, lo que hay en medio, lo que importa: la acción, la digresión entretenida, los tiroteos, la retórica jocosa, la especulación irónica y los chistes del tamaño de un memorando de oficina. El final no es más que un engorro necesario que sucede porque simplemente se acaban las páginas del libro. Eso le da mas sentido a la expresión de que se trata de una novela que no querrías que se acabase nunca.

Koba el Temible:Dsachtó?

<strong><em>Koba el Temible</strong></em>:Dsachtó? Martin Amis: Koba el Temible. La risa y los Veinte Millones


La risa. Pregunta: por qué los policías soviéticos patrullan la calle de tres en tres.
Respuesta: Porque hace falta un policía que sepa leer, otro que sepa escribir, y un tercero para vigilar de cerca a los dos intelectuales.


Los Veinte Millones. Aquellos que murieron entre 1917 y 1953, año del fallecimiento de Stalin. Los números son aproximados. Se ha considerado derechista calcular al alza, pero hay quien afirma que las cifras puedan rebasar las bajas civiles y militares en todo el mundo producidas durante toda la Segunda Guerra mundial (40-50 millones). ¿Por qué tantos?


La gente vería de mal gusto hacer bromas sobre los campos de exterminio nazi. Sin embargo, se usa la risa para explicar este otro periodo negro del siglo XX. De hecho, los primeros en utilizarla son los propios soviéticos. Ahí va otra: la policía política llega a un bloque de apartamentos a las cuatro de la madrugada y comienza a golpear la puerta de una casa. Desde dentro responden, "Os habéis equivocado de sitio, los comunistas viven en el piso de arriba". ¿Por qué es gracioso?


El Traficante maneja buenas referencias acerca Martin Amis y sabe que es un reventador de tópicos: su libro Tren nocturno es una novela policial, no simplemente policiaca. Y, en opinión del Traficante, el libro de relatos Mar gruesa contiene uno de los mejores relatos de ciencia ficción de final de siglo como es "El portero de Marte". Maneja un estilo literario despiadado que va envuelto en la ironía, muy al uso de tiempos como estos en que es necesario ser despiadado con ciertas letras y ciertos textos (y por qué no, ciertas personas) que parecen inamovibles.


El autor se presenta en esta obra como un tío que simplemente ha leído varios metros de estantería con libros sobre el tema. El que ha escrito él no es uno de historia, ni un ensayo político (demasido político, se entiende), ni siquiera una biografía acerca de Iosif Visarionovich Dzhugashvili, alias Stalin, alias Koba (aunque sí puede tratarse de un cursillo sobre Koba el Temible, tal como se titula la parte principal del libro). Se clasifica el libro como "memorialístico", y más parece un ajuste de cuentas con el pasado y el entorno personal que otra cosa. Aparecen recuerdos de su padre Kingsley Amis, también novelista y militante comunista en su juventud de Oxford, de la propia juventud de Martin, cuando escribía artículos culturales para la prensa izquierdista británica. Sobre todo hay inquisiciones acerca de la intelectualidad occidental en general que se dejó seducir en su día por ciertos ideales (o aún se deja), cerró (cierra) los ojos, y disculpó (disculpa) ciertos excesos, comportamientos, políticas destinadas a provocar lo que Amis llama el hundimiento del valor de la vida humana. ¿Se volvieron ciegos o miopes? ¿Por qué?


Más a fondo, se puede decir que lo suyo es un ajuste de cuentas contra la mala literatura y los malos literatos. Amis incluye tantos ejemplos que bien se podría decir que toda la experiencia socialista en la URSS fue un proceso contra la buena literatura y el talento en general. Cuando se dice que los intelectuales son tipos sensibles es porque se dan cuenta enseguida que ha cambiado la dirección del viento, y por eso se encuentran entre los primeros en caer.


Del lado de diablo: Lenin farragoso emborronador de páginas, quien declaró una vez que los intelectuales son mierda. Trotsky, dotado de cierto estilo literario, y a quien su propio exilio y asesinato no le libraron de ser el mismo un criminal. Y el ex-seminarista georgiano Koba, apodo tomado del personaje de una mala novela realista rusa que todos los aprendices de revolucionario habían leído en su juventud. Algo así como si todos capos colombianos de la droga tuviesen de libro de cabecera los poemas de un plagiador de Baudelaire. De Stalin/Koba hay atribuido un poema que el traficante no reproduce aquí por el respeto que aún le queda hacia la literatura. Amis recoge la idea de que se podría hacer un curioso libro antológico con la mejor lírica de Mao, Castro, Stalin y Ho chi Min; el volumen incluiría una selección de acuarelas de A. Hitler.


Los caídos: Gorki, el clásico de su época; éste en vez de adular al régimen fue adulado por él, lo que quien sabe si fue peor, ya que fue utilizado como escaparate ante el mundo del poder cultural de la URSS. El resto de la compañía corrió diferente suerte: desde los directamente fusilados como Isaac Babel, hasta Bulgakov, que vivió muerto en vida porque jamás se le permitió volver a publicar nada. Otros como Solzhenitsin o Shalamov se convirtieron en auténticos escritores precisamente a partir de su experiencia en el sistema de campos de concentración soviético, el gulag.


La enumeración de barbaridades físicas e intelectuales, de paranoias del poder a la busca de culpables en todas partes, de imposiciones del idealismo sobre su entorno y la sustitución de la realidad, que es el auténtico espíritu del totalitarismo, parecen no tener fin en el libro. Amis describe brevemente una batalla anónima, imaginada, pero que debió ocurrir en muchas partes del frente oriental durante la II Guerra mundial. Si la guerra parece una locura por sí sola intenta pensar en esto: dos unidades combatiendo entre ellas con ametralladoras, artillería (posiblemente), incluso puede que tanques. Y al otro lado del campo de batalla un tercer ejército a la espera. Gracias a la Orden 270 promulgada por Stalin, las llamadas unidades de bloqueo tenían orden de ejecutar a sus propias tropas en caso que estas se retirasen. Los que se rendían al enemigo podían dar por sentado la detención de sus familiares y la privación de cualquier derecho que todavía pudiesen tener. ¿Por qué?


Conocemos los nombres de Auschwitz y Treblinka, dice Amis, pero a casi nadie le suenan sitios como Vorkuta o Slovetski. ¿Por qué? El genocidio de los judíos en la Europa de los años cuarenta tiene varios nombres: Holocausto (una palabra errónea que hace pensar equivocadamente en un sacrificio religioso), o Shoáh, el viento de la muerte de alas negras. Al genocidio del periodo soviético, entre la revolución de Octubre y la muerte de Stalin, no se le da ningún término concreto que resuma en una palabra toneladas de información, estadísticas, historias personales o simple chismorreo histórico. La guerra civil posterior a la Revolución Rusa, la represión directa que siguió, la deportación y los campos de trabajo, y, sobre todo el hambre: la principal hambruna a partir de 1938 fue producto de uno esos experimentos de terror económico consistentes en convertir a los granjeros propietarios de su tierra trabajada en braceros colectivizados y confiscar todas las reservas de grano para exportarlo al exterior.


Si hubiera que buscar una palabra Martin Amis apostaría por Dsachtó?: ¿por qué? "¿Por qué?" era la pregunta que se formulaba cada cual todos los días en el archipiélago gulag. Podemos imaginarnos esa palabra grabada en todos los árboles de la taiga. Y nadie sabía el porqué.